martes, 28 de octubre de 2014

De vuelta del país donde nunca sonreirás si no tienes un buen motivo

Gran semana, divertida, amena, tiempo de conocer gente nueva y de profundizar en aquella que ya conocemos un poquito.

Me ha encantado el viajecito, creo que todos deberíamos darnos un respiro de vez en cuando (incluso cuando la excusa para viajar son motivos de trabajo)

Helsinki es la típica capital europea norteña, ausencia de casco medieval, edificios neoclásicos y un frío de pelotas. Lo más sorprendente es que no hay casi gente por la calle, será por el frío pero en Londres también lo hace en enero y si que hay gente. Bien pensado hay más madrileños que fineses...

Su lengua es sencillamente horrible, una lengua de origen desconocido (sustrato aglutinante) que implica no saber nada de nada, gracias a dios y a pesar de que no sonríen nunca hablan un perfecto ingles, total polite.

Hicimos una excursión a Tallin (o Talin siempre tengo la duda de cúal es más correcta en castellano), la capital de Estonia. La verdad es que es un poco irónico que el mayor atractivo turístico de Helsinki sea hacer una excursión a otro país. 

Tallin es una ciudad medieval enclaustrada en sus murallas. Cuenta con dos catedrales, la ortodoxa y la protestante, con un montón de edificios de los gremios, la farmacia en uso más antigua de Europa (me dijeron lo mismo en Dubroknik y ahora no se que pensar) y varias callecitas encantadoras. Comimos en un restaurante que cocinaba recetas medievales y probamos la cerveza casera. La mejor anécdota del viaje fue descubrir cómo los fineses viajan en el ferry solo y exclusivamente para comprar botellas y botellas de alcohol, pues en Estonia es más barato. Todo el ferry desprendía ese tufillo a alcohol de destilar, procedente no solo de las botellas sino de sus norteños cuerpos.

Subir a Tampere fue más caro que la excursión (¿Por qué es más barato salir del país que moverte en él?)  y llegamos a una ciudad industrial pero con bastante mas vidilla que la capital. La pena es que en cuanto anochece hasta los pocos perros que salen van con chaleco reflectante, pues no se ve nada de nada.

Luego nos pasamos tres días encerradas en la universidad, calentitas al menos, ampliando nuestros conocimientos y sufriendo por tener que dar nuestra comunicación en el idioma de Shakespeare. 

La mejor experiencia: la sauna. Fuimos a dos, la primera era mixta y pasabas de 87 grados de calor a un lago donde podías bañarte y por supuesto que lo hicimos varias veces. Un poco como buenas guiris que éramos nos sorprendía el jaleo de la sala de sauna, que se parecía al senado romano pero en madera. Todo el mundo hablaba, pues es un espacio de sociabilización.
La segunda fue un poco más casera, de hecho era la sauna más antigua de la ciudad. En la última la gente se dividía por sexos y tomaba su baño de vapor completamente desnudo. Además el calor era más natural pues provenía de una estufa de madera. Aunque no había lago y se salía a la calle fue una experiencia MUY GRATIFICANTE. Ver nevar y que los copos de nieve caigan sobre tu piel ardiendo...

También tuvimos el momento culinario probando las delicatessen locales, morcilla, carne de reno y unos donuts con especias.

Un viaje muy completo, nunca me habría esperado que me gustase tanto Finlandia, a pesar del frío y de la ausencia de yacimientos griegos.

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