lunes, 20 de mayo de 2013

Graduación

Ahora están de moda las graduaciones en alumnos de Bachillerato. Acaban la larga etapa del instituto y les montan una fiesta en el propio colegio. No se valora el título, en la actualidad el título de bachiller no es más que la antesala para la universidad, y no tiene ninguna traducción a nivel laboral, para la desgracia de los que hacen bachiller y no cursan más estudios. El viernes pasado estuve en la graduación de un primo mio, que dentro de dos semanas se enfrenta a los temibles exámenes de selectividad.

Este tipo de fiesta escolar no es un acto académico sino un acto de finalización de la una etapa y va acompañado de ceremonia, diploma, festín y depende del sitio, muchas mas cosas. En mi antiguo colegio tenemos toga roja, birrete, beca, pin y ceremonia. Dos horas  sentados escuchando discursos que no hacen más que repetir lo mismo, la de años que hemos estado juntos y lo que nos queda por vivir.
 Luego pasamos al cóctel con la familia, en el gimnasio, muy de colegio. Más de doscientas personas apelotonadas en torno a los canapes, y fotos con la cámara y fotos con el móvil.

Por último los homenajeados se van de fiesta y cena, hasta las tantas, vestidos de traje y con vestidos de boda.

Bien es cierto que yo viví la misma graduación, y que no me gustó, quizá por eso pasados los años lo veo aún peor. Un paripé, un exceso, un sin sentido. Lo importante no es vestirse de toga (cosa que no tiene derecho un bachiller si pensamos en el protocolo más estricto) ni la fiesta, ni las abuelas gritando cuando se dan los diplomas, sino acabar la etapa de la enseñanza  escolar y pasar a una nueva, donde ya las cosas no funcionan igual.

Una vez entrados en la universidad las cosas cambian, ya no pueden estar pendientes de tí en época de exámenes, suspenderás injustamente, harás nuevos amigos, saldrás con ellos, te meterás en un mundo en el que eres uno más. Esa es la verdadera fiesta, el paso al mundo de adultos, aunque sea progresivo, donde los esfuerzos se vuelcan a fin de curso y las satisfacciones son propias y no de los padres.

Pero ahora celebramos una fiesta por todo, y no está mal si la disfrutamos, pero no con tanta pompa y sopor de los espectadores del acto, que no podían más que removerse en sus asientos incómodos.

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