Estamos ante una novela policíaca ambientada en Santiago de Compostela. Aparece una mujer muerta, desnuda a los pies de la catedral a unas horas claramente intempestivas y es descubierta por una beata.
Desde ese mismo momento el comisario ha de buscar al asesino e identificar a la muerta, al mismo tiempo que su mujer le echa de casa por una desavenencia con el hijastro de ella.
Es una novela negra en clave de humor donde el pulpo, las sardinas, las fiestas del apóstol y el vino juegan un papel protagonista.
El comisario es un hombre con humor, que se toma con filosofía que le echen vilmente de casa y que trata de resolver el crimen con los pocos recursos de los que dispone la policía española. Es una novela muy ligera en la que no importa tanto el asesino ni la resolución del crimen sino el tono humorístico de la historia.
Supone una vuelta a la novela negra, que tan de moda está en estos tiempos. Si bien las novelas de Camila Lackberg enganchan al ser leídas, los comisarios son un tanto fríos. Para mi gusto son demasiado listos y sobre todo, y a pesar de la presión mediática, tienen muchos recursos. Acostumbrada a vivir en un país donde el Ébola se puede expandir por desidia, donde no hay dinero para nada menos para ser robado y donde todo se hace tarde, mal y nunca esa resolución de crímenes a lo CSI se me hacen muy lejanas.
Por ello me resulta simpática la descripción de la cutrez policial, donde sabe más el diablo por viejo que por diablo y la suerte juega un papel en la resolución de un crimen.
Es bastante recomendable como novela ligera de verano, de esas que uno lee tumbado en la arena.
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