En el Canal de Isabel II, no en la sala grande de Plaza de Castilla donde esta la exposición de Pompeya sino al lado en otra mas pequeña, hay una exposición sobre un grabador americano que hizo su propia versión de los cuentos de los Hermanos Grimm.
Conocía la exposición por internet pero no estaba entre mis prioridades principales. Sin embargo, el sábado pasado quedé para ver la exposición de Pompeya que esta siendo un absoluto éxito. Teníamos invitaciones y no pudimos canjearlas porque estaba todo completo. Intentaremos ir más adelante a una hora que no sea la punta porque esta siempre lleno. Por eso nos quedamos fuera y me vino a la mente que al lado había otra exposición aun abierta. Por eso Sergio David y yo acabamos allí, junto con todo el mundo que estaba allí.
Como grabador Hockey no me entusiasmó especialmente pero sí la museografía. Pese a que había un problema con la iluminación que hacía que todo se viese con reflejo la disposición de la sala me encantó porque recordaba claramente a un cuento. Había un fondo de montañas rosadas y un ambiente auténtico de cuento.
Y lo mejor son las historias, Me he hecho mayor y ya no leo cuentos, pero eso no significa que me dejen de gustar. Cuando nos hacemos mayores nos volvemos mas letrados y nuestros gustos literarios cambian. Queremos historias apasionantes, de personajes complejos, que nos enganchen y nos duren más de una hora. Pero los cuentos son un poco así, solo que en tamaño reducido. En unos veinte minutos se plantea una historia y se resuelve, protagonizada por un personaje con un problema. Su objetivo es enganchar al niño a una historia que le va a dar una moraleja que le servirá para la vida. Con ese objetivo nacieron los cuentos de los hermanos Grimm.
Como adultos no podemos dejar de pensar lo amenazantes que son los cuentos. Los personajes son siniestros, malvados y llenos de malas intenciones, las historias son crueles y llenas de contratiempos. Realmente la vida no es tan mala, y menos la de un niño que ha sido buenísimo toda su vida como son todos los protagonistas de cuentos. Pero el niño aprende algo, que es lo que importa y, sorprendentemente no se asusta con los monstruos y brujas sino que disfruta con ellos y los lleva en su memoria teñidos del buen recuerdo que solo la infancia puede dar.
Ojala pudiese entender de nuevo como una niña los cuentos que leí, y los que no, esa es una visión que perdemos y que nunca recuperamos, solo podemos ser nostálgicos con ellos. Esa es la sensación que le viene a uno la cabeza cuando visita la exposición, los recuerdos que a uno siempre le acompañan.
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