Anna sale de vez en cuando a tratar de conocer a un hombre en las fiestas de solteros. A pesar de que le cuesta mucho ganar un sueldo para mantener a su hija ya universitaria, quiere desesperadamente olvidar a su ex marido.
Un inspector judío, recientemente abandonado por su mujer a causa de su hijo disminuido psíquico ha de encontrar al asesino de un hombre de mediana edad que aparece desnudo en su casa y con la cara destrozada a golpes.
Sus dos destinos se cruzan, y solo la intuición puede resolver este crimen.
No quiero contar más, porque realmente merece la pena no saber mucho. No es que sea un gran misterio, pero la forma de moverse del inspector te mantiene con los ojos pegados al libro.
Se le nota que han pasado unos cuantos años desde que fue publicado, pues está ambientado en una Nueva York sin móviles, donde se llama por cabinas y aún no existe la era digital.
Me ha parecido especialmente interesante el personaje de Stevie, el hijo adolescente del fallecido, que nos abre al mundo de las drogas, el consumo de marihuana y las sobredosis de heroína, un tema que ya hoy ha pasado de moda.
Si algo destaca de este libro es como sufren todos los personajes en todas las facetas de su vida, se ahogan, cometen errores, están agotados y no saben salir de las situaciones que les impone la vida. A veces la acción de un autómata es la única solución.
También hay espacios para los complejos; complejos sobre la edad, la religión, el peso y todos los problemas que nos asaltan durante toda la vida, pero especialmente en la madurez.
Me ha gustado mucho, me bebí el libro, y eso que al principio no consiguió engancharme del todo. Muy muy recomendable.
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