El fin de semana descansamos de la semana de trabajo. Por mucho que no paremos hacemos cosas distintas, que suelen ser nuestras aficiones y entramos con otro pie el lunes.
El viernes pasado tuve un curso por la tarde ( a pesar de la mala hora lo disfruté bastante) y empecé el fin de semana ajetreado. Por mucho que haga cosas el fin de semana, un lunes no se está cansado de trabajar.
Sin embargo hoy me he sentido un poco superada. Tenía miles de cosas que hacer, echar los papeles para un congreso, empezar a preparar una beca que voy a echar, terminar mi unidad didáctica, hacer los 4 cursos online a los que estoy apuntada...y eso que hoy no voy al colegio.
Tener muchas cosas que hacer me ha hecho pensar acerca de lo bueno que es tener muchas cosas que hacer. Cuando nos aburrimos se nos hacen las horas eternas. Las vacaciones son placenteras porque sabemos que no son eternas y se nos acaban, si no, nos aburriríamos. A veces el trabajo no es divertido, o no sale como esperábamos y nos frustramos, pero no hay nada peor que no tener nada que hacer. Ahí es cuando te sientes inútil, que no vales para nada y te embarga el desamparo.
Por eso bendigo las ocupaciones eternas, el tener muchas cosas que hacer y poco tiempo y pensar que mañana seguiremos igual, igual es adicción, pero a mi me gusta más el día lleno de actividades que sin hacer nada (definitivamente soy una rara)
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