Julia Navarro es una de esas archiconocidas escritoras de bestsellers de tochos enormes que todo el mundo ha leído, y que a mi no me llaman nada la atención. En cuantas conversaciones de bar, sobremesa, ascensor incómodo y un largo etcétera me han recomendado alguna de sus novelas.
Dispara, yo ya estoy muerto es un buen ejemplo de ello. No sé cuantas veces me han dicho lo bien que está y no ha sido hasta la inclusión en nuestro pequeño club privado del libro que por fin me he decidido: y me ha gustado, pero sigue siendo escandalosamente largo.
La novela narra el intercambio de versiones entre una cooperante de una ONG que debe realizar un informe sobre la situación sirio-palestina y Ezequiel, un anciano judío, nacido ya en suelo de Palestina, hijo de Samuel, un judío emigrado después de los pogromos de Rusia de inicios del siglo XX.
Como se puede comprobar se hace un largo recorrido histórico que va desde las persecuciones de judíos en la Rusia zarista hasta la fundación del estado de Israel con la consiguiente problemática. Un siglo y medio muy intenso para la historia de Europa y del mundo.
Me ha gustado sobre todo el marco histórico, creo que es capaz de explicar maravillosamente bien y sin ser aburrido como se van produciendo los asentamientos de judíos en Palestina por medio de la compra de tierras. Las ideas comunistas permiten los establecimientos de kibbuth en toda la zona y acaban generando tensiones con la población autóctona. Creo que se aprende mucho de historia, y se entiende la complejidad de lo que parece un problema irresoluble.
Como crítica diré que pasa por fases de estancamiento donde la lectura se atasca, mientras que el final es atropellado y no da tiempo a asimilarlo. Entiendo que el estilo de la autora es el golpe de efecto al final, pero parece más una revelación en sueños que un plan premeditado de escritura. No obstante e, insisto, pese a mis reticencias, me ha gustado mucho.
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