Hace unos días me quedé de piedra (me gusta decir se me cayó el culo pero es menos académico) cuando me enteré que cierto personaje de un programa de corazón publicaba un libro. No voy a decir no el personaje ni el título del libro, porque eso es publicidad, y aunque sea negativa no quiero contribuir a ello.
No solo me enteré de la publicación del libro, sino que había sido un completo éxito de ventas y la primera edición se había agotado la primera semana.
Lo primero que pensé es que vivo alejada del mundo, pues imagino que ha habido una campaña de marketing y luego me sorprendí pues pensaba que los admiradores de este personaje no leerían un libro en su vida...
Comentándolo con una amiga me envió este texto de Elvira Lindo que reflexiona sobre la escuela y la mala educación. Elvira Lindo es una de las heroínas de mi infancia, por escribir esos libros que marcaron mi infancia protagonizados por Manolito Gafotas. Pero ahora trata un tema mucho más serio que las visicitudes de la infancia. Aquí os lo dejo:
Estamos ante un sistema perverso que ahoga el potencial de igualación social de la enseñanza pública, su misma razón de ser. Se reducen las plazas de interinos, no se aumentan las de fijos, sube la ratio de alumnos por aula y los profesores se ven obligados a aumentar sus horas lectivas, convirtiendo la jornada laboral en una carrera atolondrada de una clase a otra, y a menudo, de un universo a otro, dado que hace tiempo que los niños más tiernos comparten el instituto con alumnos de bachillerato. A los profesores no les llega la camisa al cuerpo y sufren ese desgaste sabiendo que ya no hay bajas que valgan, que las jubilaciones se retrasarán y que una vez que se apague el ruido de las manifestaciones públicas ellos solos habrán de enfrentarse a la precariedad diaria. Así ha sido siempre.
Me pregunto si de verdad somos conscientes de eso. Hablamos de la desaparición de la Filosofía o de las asignaturas artísticas cuando lo cierto es que una parte alarmante del alumnado no sabe escribir o leer con soltura. A eso se suma un asunto más turbio que ha ido complicándose en los últimos años: la mala educación. Abundan los problemas de mal comportamiento. Pero, ¿cómo podría ser de otra manera? No es solo la escuela quien educa, ni tan siquiera son los padres los únicos responsables, es la sociedad misma la que marca el tono: el ambiente que se palpa en la calle; el lenguaje que se emplea en los medios de comunicación; la consideración pública de los educadores; el respeto que los padres muestran hacia el profesorado; la forma en la que nosotros mismos, los que opinamos públicamente, utilizamos ese pequeño poder que se nos presta. Todo eso suma, o resta. Y por lo que oigo, leo y veo no me extraña que, además del recorte de recursos a la escuela, estemos también contribuyendo a su deterioro con un ejemplo generalizado de grosería.
Ya he hablado muchas veces de mis opiniones sobre la escuela y los recortes pero lo que me llama la atención no es este texto, sino el turbio asunto, usando las palabras de la autora, que se menciona. Estamos ante la sociedad de la Grosería. Una sociedad que no premia el talento y las buenas maneras, sino lo chabacano y lo retorcido. Hablar a gritos, decir palabrotas y alardear de la ignorancia son cosas que se exhiben y son tomadas como algo positivo, pues todos podemos ser unos catetos pero no todos podemos ser cultos.
Por eso temo ante los malos ejemplos que los padres compradores de este libro, asiduos teleoyentes de estos programas están dando a sus hijos, los valores que les regalan y sus quejas ante el sistema. El sistema da asco, pero nosotros nos rebozamos en el fango, una y otra vez.